Acabo de hacer un alto y junto con descansar yo, deseo que también lo haga el motor de mi descapotable que ya me pedía a quejidos intermitentes que lo dejase respirar un poco el aire puro, timbrado con la aridez del árido paisaje que se ve a orillas de la carretera. Un Inhalar y Exhalar largo, cierro los ojos por un par de segundos, los abro. Muevo mi cabeza, para que ésta logre hacer aterrizar al menos a algún integrante del team de meteoritos neurocerebrales, que flotan en medio de un torbellino de pensamientos. Siento que algo se pega a mi cuerpo, a mis piernas y hace que estas sientan el fluir sanguíneo como la lava de un volcán activo. Miro hacia abajo y sí, son mis desteñidos Levi’s que hacen pacto con mis piernas. ¿La cosecha del acto? El sudor. Las mismas gotas de agua que a mis gemelas inferiores les sobran, le hacen falta a mis labios, sedientos. Mis piernas se ríen a carcajadas, mientras realizan la concepción del sudor. En cambio mi boca mira con envidia, el placer con el que se hacen las gotas del elemento vital.
Ya no doy más, así que decido sacar las garras del volante de mi auto y salir de él, para ir rumbo a la posada y/o bencinera en donde estacioné..
Primero elijo pasar al baño para enjuagar mi piel del sudor añejo que la persigue, debido al tiempo x de viaje por la carretera. Me embriago con agua, pero el toc toc de la puerta me avisa que ya se me hace tarde. ¿Para qué? Me cuestiono. Dos segundos después mi mente se ahoga con un compacto de imágenes que van al ritmo del sonido de los golpes que salen de la puerta. Son una secuencia audiovisual bien y mal hecha a la vez, quizá dirigida por un niño. Rallas, Una lluvia de colores que se desvanecen y vuelven a aparecer, locamente. El material se pierde, se codea y se mezcla, con golpes de tambor, luego pasos, batería... Los latidos del corazón se aceleran.
Mi larga cabellera con unos cuantos pelos de la tribu mojados, sale a pasear al son de una tímida brisa, mientras camino hacia el interior de la posada.
El aroma a comida podrida y a grasa mecánica me guía hacia la puerta, sin tener que mirar. Llegó y, sorpresa! No hay puerta. Posiblemente nunca ha existido, se la robaron o que se yo.
Tampoco hay piso, solo polvo desértico que se evapora hacia un lugar sin fin, porque no existe un techo donde tope o quede pegado.
Al entrar a la posada, aparece una gorda señora detrás de la barra, pero no viene sola. Trae consigo una cámara y antes que yo le pregunte el por qué del instrumento, ella me explica que es política del local el grabar a todos los clientes. Yo la miro un tanto confundida, pero no pongo resistencia al rec.
Lo primero que pido para comenzar mi espectáculo de cliente es una bebida, una coca cola. La regordeta señora me dice que no hay, pero en ese mismo instante viene con una botella de Free, de esas de 350 cc y la pone en la mesa para que yo la beba sin preguntar nada.
Mientras la bebida ingresa por mi garganta sin respirar, la señora busca algo que hacer. Encima del mostrador tiene un canasto de pescados, repleto de botellas plásticas de bebida. A cada una de ellas la enjuaga con un par de gotas y luego rellena su contenido con un líquido que se encuentra en otras botellas de bebida, pero esta vez son más grandes.
Me decidí. La comida que calmará mis tripas serán porotos con rienda, la especialidad de la casa. Mientras espero mi menú, la gordita de la posada pone la mesa para cuatro. Son un cuarteto de platos hondos adornados de trizaduras, más cuatro cucharas. No entiendo por qué tal número de loza, si aunque miro para todos lados dentro del local, soy la única clienta dentro de la posada.
Posiblemente la señora le vio cara de hambre a mis jeans, debido a los hoyos que poseen a la altura de mis rodillas. O que mis bototos cafés están con fatiga por estar despegados en la parte de la suela. O bien una porción de porotos para alimentar a la vacía cajetilla de Mallboro que se encuentra al lado de mi mano derecha.
Mi plato desaparece un momento, pero vuelve al poco rato lleno de porotos. Pruebo lentamente dos cucharadas y ya me siento repleta, es como si me contaminara de comida. Estoy cansada, pago la cuenta con unos tickets de restaurant “sodexo” y salgo.
Camino lentamente en dirección cercana, para respirar bien. Mis bototos quieren parar al igual que yo, porque se están asando en el infierno del suelo desértico.
Busco un vergel en medio de la nada, pero no encuentro. A cambio aparece una cama. Me estiro y todo lo que veo a mi alrededor se degrada. Mientras mis ojos se van apagando, las imágenes se tornan sicodélicas...
Ni idea cuanto tiempo pasé en cualquier lugar, pero me siento tranquila. Yo cambié al igual que el cielo, que pasó de verse despejado cuando el sol experimentaba su apogeo, a estar invadido de cirrus o nubes raras en el ocaso de la luz.
Me quedo petrificada al ver un perro revoloteando por estos lados. ¿Es raro? Quizás porque aquello me hace evocar mis tardes de infancia, en las que corría a sentarme en una banca de madera en el jardín de mi casa para mirar una película de animales en vivo. ¿Por qué? Para mi nunca fue tonto contemplar vacas y cabras en un cerro semejante a un pradera por los veranos. Es en esa estación del año, en la que tengo la mayoría de mis flashbacks infantes. Puede ser que mi oráculo ya vaticinaba el aprovechar ciertos instantes que jamás tendrían un bis.
Toda la cinta se me interrumpe, al ver que mi auto- o en el que viajo- bota humo. No creo que por verse viejo, ya esté agonizando. ¿Cómo así? ¿No me avisó? ¿Está enfermo?. Voy por una gasolinera en busca de ayuda, ya que aquí supongo no encontraré hospitales, ni tampoco cementerios, por lo que en el peor de los casos, habrá que improvisar animitas en la carretera o tumbas bajo la sequedad...
Se me perdió Shell, Esso, Copec o cualquier cosa parecida, no logro recordar donde está, pero al menos encontré una llave de metal que he visto que utilizan los mecánicos en el arreglo de vehículos. Voy con ella rumbo hacia el auto, pero hay un pequeño inconveniente, no sé usarla.
Mientras encuentro la manera de utilizar la llave, acaricio con ésta mi sien para que el contacto entre metal y lo que queda de luz penetren en mi cráneo...
Plan B a la vista, tal vez C, D, lo que sea. Es una torre eléctrica que en algo puede servirme para mi dolencia- si el auto está enfermo a mi también me afecta-, pero hay otro detalle, la oscuridad se devoró casi por completo al sol. Eso me está desesperando.
Ya volví al auto, me muevo sin un ritmo constante de un lado hacia otro, tratando de buscar alguna pista que me lleve a algo. De locura ya no tengo uñas, aunque siempre las introduzco en mi boca y muchos comentan que se ve feo por mi condición. Lo que me atormenta ahora es que no tendré uñas para morder en varios días, pensando cuántos son los días que se demoran en desarrollarse nuevamente.
Ese bicho dentro de mí que está fuera de control, hace que me muerda los labios o que intenté ver como luzco en el sucio espejo del auto. No me veo. ¿Estoy ciega? ¿Cataratas?.
Nada de eso, con un ochenta de oscuridad al natural es casi imposible que pueda verme, porque no poseo visión de luz nocturna.
Me toco el rostro, tiro a algunos miembros de mi cabellera, me trato con violencia. Saco de alguna parte mi cajetilla de cigarros- (seguramente del auto)- y comienzo a fumar una tras otro en un tiempo record-(¿Cuál?)- como si alguien me fuese a descubrir. Con la luz del cigarrillo encendido puedo ver algo a mi alrededor, pero no es suficiente.
Luego de grabar las escenas, atino a correr hacia nada. Algo me espera, aunque no tengo reloj, ni nada que marque mis pasos, velocidad, tiempo. Hago un pequeño relajo en la dirección fija de mi cabeza y en la continuación de maratón. ¿Qué es? Un diario tirado en un suelo quebradizo, -según lo que me indica mi tacto-. Veo mi foto en la portada, parece una noticia de crónica roja. No tengo algo para nada, por lo que masticó algunas piedras de la tierra. Algo pasa, pero no hago caso y sigo corriendo con nadie y nada hacia algo sin dirección ni fin, antes que algo ocurra, porque mi tiempo se acaba...
Ya no doy más, así que decido sacar las garras del volante de mi auto y salir de él, para ir rumbo a la posada y/o bencinera en donde estacioné..
Primero elijo pasar al baño para enjuagar mi piel del sudor añejo que la persigue, debido al tiempo x de viaje por la carretera. Me embriago con agua, pero el toc toc de la puerta me avisa que ya se me hace tarde. ¿Para qué? Me cuestiono. Dos segundos después mi mente se ahoga con un compacto de imágenes que van al ritmo del sonido de los golpes que salen de la puerta. Son una secuencia audiovisual bien y mal hecha a la vez, quizá dirigida por un niño. Rallas, Una lluvia de colores que se desvanecen y vuelven a aparecer, locamente. El material se pierde, se codea y se mezcla, con golpes de tambor, luego pasos, batería... Los latidos del corazón se aceleran.
Mi larga cabellera con unos cuantos pelos de la tribu mojados, sale a pasear al son de una tímida brisa, mientras camino hacia el interior de la posada.
El aroma a comida podrida y a grasa mecánica me guía hacia la puerta, sin tener que mirar. Llegó y, sorpresa! No hay puerta. Posiblemente nunca ha existido, se la robaron o que se yo.
Tampoco hay piso, solo polvo desértico que se evapora hacia un lugar sin fin, porque no existe un techo donde tope o quede pegado.
Al entrar a la posada, aparece una gorda señora detrás de la barra, pero no viene sola. Trae consigo una cámara y antes que yo le pregunte el por qué del instrumento, ella me explica que es política del local el grabar a todos los clientes. Yo la miro un tanto confundida, pero no pongo resistencia al rec.
Lo primero que pido para comenzar mi espectáculo de cliente es una bebida, una coca cola. La regordeta señora me dice que no hay, pero en ese mismo instante viene con una botella de Free, de esas de 350 cc y la pone en la mesa para que yo la beba sin preguntar nada.
Mientras la bebida ingresa por mi garganta sin respirar, la señora busca algo que hacer. Encima del mostrador tiene un canasto de pescados, repleto de botellas plásticas de bebida. A cada una de ellas la enjuaga con un par de gotas y luego rellena su contenido con un líquido que se encuentra en otras botellas de bebida, pero esta vez son más grandes.
Me decidí. La comida que calmará mis tripas serán porotos con rienda, la especialidad de la casa. Mientras espero mi menú, la gordita de la posada pone la mesa para cuatro. Son un cuarteto de platos hondos adornados de trizaduras, más cuatro cucharas. No entiendo por qué tal número de loza, si aunque miro para todos lados dentro del local, soy la única clienta dentro de la posada.
Posiblemente la señora le vio cara de hambre a mis jeans, debido a los hoyos que poseen a la altura de mis rodillas. O que mis bototos cafés están con fatiga por estar despegados en la parte de la suela. O bien una porción de porotos para alimentar a la vacía cajetilla de Mallboro que se encuentra al lado de mi mano derecha.
Mi plato desaparece un momento, pero vuelve al poco rato lleno de porotos. Pruebo lentamente dos cucharadas y ya me siento repleta, es como si me contaminara de comida. Estoy cansada, pago la cuenta con unos tickets de restaurant “sodexo” y salgo.
Camino lentamente en dirección cercana, para respirar bien. Mis bototos quieren parar al igual que yo, porque se están asando en el infierno del suelo desértico.
Busco un vergel en medio de la nada, pero no encuentro. A cambio aparece una cama. Me estiro y todo lo que veo a mi alrededor se degrada. Mientras mis ojos se van apagando, las imágenes se tornan sicodélicas...
Ni idea cuanto tiempo pasé en cualquier lugar, pero me siento tranquila. Yo cambié al igual que el cielo, que pasó de verse despejado cuando el sol experimentaba su apogeo, a estar invadido de cirrus o nubes raras en el ocaso de la luz.
Me quedo petrificada al ver un perro revoloteando por estos lados. ¿Es raro? Quizás porque aquello me hace evocar mis tardes de infancia, en las que corría a sentarme en una banca de madera en el jardín de mi casa para mirar una película de animales en vivo. ¿Por qué? Para mi nunca fue tonto contemplar vacas y cabras en un cerro semejante a un pradera por los veranos. Es en esa estación del año, en la que tengo la mayoría de mis flashbacks infantes. Puede ser que mi oráculo ya vaticinaba el aprovechar ciertos instantes que jamás tendrían un bis.
Toda la cinta se me interrumpe, al ver que mi auto- o en el que viajo- bota humo. No creo que por verse viejo, ya esté agonizando. ¿Cómo así? ¿No me avisó? ¿Está enfermo?. Voy por una gasolinera en busca de ayuda, ya que aquí supongo no encontraré hospitales, ni tampoco cementerios, por lo que en el peor de los casos, habrá que improvisar animitas en la carretera o tumbas bajo la sequedad...
Se me perdió Shell, Esso, Copec o cualquier cosa parecida, no logro recordar donde está, pero al menos encontré una llave de metal que he visto que utilizan los mecánicos en el arreglo de vehículos. Voy con ella rumbo hacia el auto, pero hay un pequeño inconveniente, no sé usarla.
Mientras encuentro la manera de utilizar la llave, acaricio con ésta mi sien para que el contacto entre metal y lo que queda de luz penetren en mi cráneo...
Plan B a la vista, tal vez C, D, lo que sea. Es una torre eléctrica que en algo puede servirme para mi dolencia- si el auto está enfermo a mi también me afecta-, pero hay otro detalle, la oscuridad se devoró casi por completo al sol. Eso me está desesperando.
Ya volví al auto, me muevo sin un ritmo constante de un lado hacia otro, tratando de buscar alguna pista que me lleve a algo. De locura ya no tengo uñas, aunque siempre las introduzco en mi boca y muchos comentan que se ve feo por mi condición. Lo que me atormenta ahora es que no tendré uñas para morder en varios días, pensando cuántos son los días que se demoran en desarrollarse nuevamente.
Ese bicho dentro de mí que está fuera de control, hace que me muerda los labios o que intenté ver como luzco en el sucio espejo del auto. No me veo. ¿Estoy ciega? ¿Cataratas?.
Nada de eso, con un ochenta de oscuridad al natural es casi imposible que pueda verme, porque no poseo visión de luz nocturna.
Me toco el rostro, tiro a algunos miembros de mi cabellera, me trato con violencia. Saco de alguna parte mi cajetilla de cigarros- (seguramente del auto)- y comienzo a fumar una tras otro en un tiempo record-(¿Cuál?)- como si alguien me fuese a descubrir. Con la luz del cigarrillo encendido puedo ver algo a mi alrededor, pero no es suficiente.
Luego de grabar las escenas, atino a correr hacia nada. Algo me espera, aunque no tengo reloj, ni nada que marque mis pasos, velocidad, tiempo. Hago un pequeño relajo en la dirección fija de mi cabeza y en la continuación de maratón. ¿Qué es? Un diario tirado en un suelo quebradizo, -según lo que me indica mi tacto-. Veo mi foto en la portada, parece una noticia de crónica roja. No tengo algo para nada, por lo que masticó algunas piedras de la tierra. Algo pasa, pero no hago caso y sigo corriendo con nadie y nada hacia algo sin dirección ni fin, antes que algo ocurra, porque mi tiempo se acaba...